lunes, 29 de agosto de 2011

Nocturna




En noches como esta, en los frondosos bosques y extensas estepas del norte del país es muy es cómun escuchar el aullido del lobo que llama a la reunión con sus semejantes.


Lejos de cualquier manada y entre kilómetros de asfalto y hormigón un ser triste aúlla a una

luna que para el resto de su especie resulta inexistente por no permanecer visible al ojo humano.


La luna nueva actúa sobre ella, poseyéndola, y cómo si de una marea se trase, embiste violentamente su derrotada alma contra un dolor que la oprime.


Sobre sus verdes retinas descata el brillo sobre la noche, mientras que una humedad salina

se ciñe sobre un rosto que aunque cansado se muestra regio y desafiante.


Desde hace algún tiempo esta extraña sube a la azotea las noches de luna, sin que nadie la vea, siempre va sola y con el ánimo herido.


Allí olisquea el aire en busca de un familar olor a musgo y de esa brisa siempre fría del norte. Localizada se deja caer sobre sus rodillas, abre bien los ojos y los fija sobre el firmamento.


En su mente vagan imágenes que se azuzan y se mezclan, amargándole el gaznate.


El corazón le sangra lágrimas de fuego vivo que le queman el blanco rostro más que todo el mal sufrido.


Ahí en esa azotea a modo de claro de ese bosque cementado, aúlla amargamente a la luna, buscando con la esperanza maltrecha a sus propios semejantes que nunca acuden en respuesta.