Soy rubia y pequeñita, algo así como una muñequita. Que se muere por tu huesos y por el más dulce tus besos. Soy alocada e infantil pero de mente despierta y sutil. Miro al frente y te veo a ti y veo mi cuento y su tierno fin. Soy la princesita que vive junto a ti su historia más bonita. Camino a tu lado y me siento feliz, incapaz de imaginarme un mundo sin ti. Soy tu princesa sin corona que tu amor, en su corazón, atesora. Y lo más importante es que soy tu "pequecha" alguien que te dejará la vida de amor repleta.
Cuando el último cordel que me unía a la titiritera quedó roto, supe que había traspasado la frontera de lo real para adentrarme a un mundo imaginario. Aquel era el único lugar donde podía estar a salvo de la crítica, la burla y la mofa constante. Allí podía ser yo, lejos de aquellas estrictas órdenes que se dictaban bajo la tirana mirada de una mujer con el corazón de hielo. Lo que por aquel entonces desconocía, es que existen muros que no se deben traspasar y caminos que es mejor no explorar porque una vez dado el paso ya no hay vuelta atrás. Y si tu corazón y tu mente no son fuertes, ni capaces, te quedas atrapado en un laberinto lleno de espejismos dónde absolutamente nada de lo que ves es lo que parece ser.
No siempre el final del cuento es feliz, no todo el mundo tiene un hada madrina, con mucha frecuencia no resulta válida la expresión “fueron felices y comieron perdices” y por todos es sabido que el espejo no siempre dice la verdad... Este es el rincón de una princesa principiante que escapó a su destino con un manual de princesas que resultó ser un libro con las páginas en blanco.
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