lunes, 8 de febrero de 2010
El ocaso de una muñeca desvencijada
Hoy he leído tu nombre impreso en letras negras, letras que eran el cuerpo de una esquela. La hija del diablo se había muerto en su propio infierno. Aunque nunca conoció algo más allá del averno. Tantas noches quemadas allende su espalda quebraron todo rastro de ilusión. Pues siendo impúber se le nubló la percepción. Recuerdo que suicidaste la esperanza sin cumplir los dieciséis y que al abrigo de una botella marcaste tu destino. Escogiendo malas compañías que te llevaron por el mal camino. Buscabas el cariño a la lumbre del dolor y te engañabas a ti misma fingiendo que era amor. Te fuiste carbonizando como ese papel de fumar que tenía tanto que ocultar. Silenciaste tus pensamientos y encarcelaste tus sentimientos. Creías volar mientras morías y lo peor de todo es que lo sabías. Nada se puede esperar de quien nada tiene, pero tú tenias tu reino bajos las luces de neón y cuando te destronaron de aquella tarima comenzó tu perdición. Nunca fue fácil, ni sencillo para ti el sonreír sin aditivos, sin coaccionar tus glóbulos rojos a algo que los mantuviese activos. Te vi siendo la sombra de lo que un día fuiste, y qué triste es ser la sombra de algo que nunca quisiste. Vi tus ojos vacíos de vida y llenos de odio, mientras mantenías a la abominación por tu ángel custodio. Hoy que el periódico me ha traído tu despedida, me pregunto si alguna vez te quisiste a ti misma.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario