

El sol no es nuestro amigo pues hace que nuestros verdes ojos se entornen y lloren, nos enrojece la delicada piel y nos mortifica con su radiación que propicia los días calurosos.
Mi jirafa es un cuadrúpedo de sombra, un alma que ha de reposar en lugares frescos, bien lejos del calor pegajoso que nos asa hasta el cerebro.
En días donde el calor azota y se pasea impune de las calles nosotros nos refugiamos en lugares sombreados y frescos, lejos del bullicio de ese gentío que sale al exterior nada más ver un rallo de sol y que se quema la piel hasta que de seca se les cae a tiras.
Mi jirafa y yo no compartimos ese gusto por el verano. Al mirar por la ventana un día soleado extrañamos la lluvia, al tumbarnos en la cama derretidos de calor suspiramos por el frío... En definitiva el calor y el sol no se hicieron para nosotros como sí parece que nosotros fuimos hechos el uno para el otro.
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