Todas las niñas tristes reconocen las mentiras antes de ser pronunciadas. Todas las niñas tristes recogen el eco de las voces en sus miradas. Dicen que detrás de cada parpadeo de una de ellas se esconde aquello que no pueden decir y que en cada uno de sus gestos muere la ilusión de lo que desearon vivir. Las niñas tristes no son dueñas su vida y resisten a duras penas a los golpes y las heridas. Cuentan que las niñas tristes, aunque pase el tiempo, no crecen nunca por miedo a perder la confianza de la luna que siempre las escucha. Las niñas tristes no saben vivir, solo piensan en dormir. Dormir y soñar con aquello que no tienen, mientras malviven olvidadas entre mil recuerdos que duelen.
Cuando el último cordel que me unía a la titiritera quedó roto, supe que había traspasado la frontera de lo real para adentrarme a un mundo imaginario. Aquel era el único lugar donde podía estar a salvo de la crítica, la burla y la mofa constante. Allí podía ser yo, lejos de aquellas estrictas órdenes que se dictaban bajo la tirana mirada de una mujer con el corazón de hielo. Lo que por aquel entonces desconocía, es que existen muros que no se deben traspasar y caminos que es mejor no explorar porque una vez dado el paso ya no hay vuelta atrás. Y si tu corazón y tu mente no son fuertes, ni capaces, te quedas atrapado en un laberinto lleno de espejismos dónde absolutamente nada de lo que ves es lo que parece ser.
No siempre el final del cuento es feliz, no todo el mundo tiene un hada madrina, con mucha frecuencia no resulta válida la expresión “fueron felices y comieron perdices” y por todos es sabido que el espejo no siempre dice la verdad... Este es el rincón de una princesa principiante que escapó a su destino con un manual de princesas que resultó ser un libro con las páginas en blanco.
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