martes, 21 de abril de 2009

Luz de estrella

La pequeña Carlota era huérfana, cuando cumplió los siete años fue adoptada por una familia que le daba el cariño que necesitaba y un hogar estable donde formarse como persona. Pero la niña sabía que Pedro y Gabriela, sus papás adoptivos, no eran sus padres verdaderos y en su memoria aun brillaba nítidamente la dulce mirada de la que fue su mamá biológica.

Cuando llegaba la hora de dormir, después del emocionante cuento que “papi Pedro” le narraba cada noche y tras el beso con olor a crema de “mami Gabi”, todas las luces de su habitación se apagaban. Sumiendo a la niña en un extraña melancolía, que la oprimía en medio de aquella inmensa soledad que le proporcionaba la oscuridad absoluta.

A Carlota no le gustaba la oscuridad le recordaba a aquellos días grises que había pasado en el orfanato, con aquellos cuidadores eficaces pero carentes sensibilidad y todos aquellos niños que a falta de la atención debida buscaban ser el centro de las miradas provocando problemas. La pequeña se agazapaba bajo la colcha y para tratar de esquivar sus males, evocaba el recuerdo que más “luz” y sosiego traía a su mente. Carlota recordaba la mirada de su madre, la calidez, la ternura y el asombroso brillo que desprendía. Y así, lograba esquivar aquella oscuridad, el miedo que esta le provocaba y finalmente quedarse dormida.

Pedro y Gabriela estaban preocupados por las ojeras que aparecían cada mañana en la pálida piel de la niña y ambos trataron de ponerle remedio sin éxito. Probaron a cenar mucho antes para que Carlota fuera a cama con la digestión bien hecha, no fuera a ser que con la tripa llena perdiera el sueño, pero eso sólo provocó que la niña se despertara a media noche pidiendo algo que llevarse a la boca, intentaron con baños relajantes y compraron jabones específicos de extraños aromas, lo que hizo que Carlota se fuera a cama con la nariz congestionada de aromas extraños y acabará por pedir la vuelta del jabón de siempre que no irritaba sus fosas nasales, así que optaron por ampliar las actividades que la niña realizaba por la tarde para que llegase a cama extenuada pero tampoco dio resultado y la pobre Carlota acababa con unas ojeras aun más pronunciadas.

Fracasados todos sus intentos “papi Pedro” y “mami Gabi” decidieron buscar ayuda profesional, y cuando ambos acudieron con la niña al psicólogo esté se percató de la melancolía tenía atrapada a la pobre Carlota. El psicólogo recetó a la niña un “cambio de aires” y loa padres atentos decidieron mudarse al campo.

Para Carlota fue duro resultar ser la causa por la que abandonaba el que hasta entonces había sido su hogar, pese a que Pedro y Gabriela hicieron todo lo posible para que el traslado no resultase traumático. La habitación de Carlota era exactamente igual que la que tenía en su antigua casa pues así lo habían dispuesto sus padres, pensando en el bien de la pequeña, pero había un matiz que en un principio pasó casi desapercibido para Carlota, la ventana de su habitación era bastante más amplia, aunque eso no pareció importarle.

La primera noche Pedro y Carlota aprovecharon el cenador del jardín y salieron a cenar a la luz de la luna. Carlota se sentía rara cenando allí fuera, en el jardín de su otra casa apenas había espacio para una vieja tumbona que ahora yacía primorosamente colocada entre un columpio que “papi Pedro” había montado para ella y un sillón de mimbre que chocaba con la vieja tumbona de plástico. Cuando terminó de cenar y aprovechando que sus padres mantenían una animada conversación, Carlota fue a tumbarse sobre la destartalada tumbona y una vez acomodada miró el cielo.

Lo que vio la niña la dejó extasiada, anonadada y sobradamente alucinada. Aquel descubrimiento hizo que llamara a sus padres a gritos lo que provocó que ambos llegaran a trompicones a su vera con una elocuente cara de susto.

-“¡¡Papi, mami!!¿Qué son esas luces del cielo?”- les preguntó Carlota esbozando una sonrisa mientras contemplaba aquellas lucecitas esparcidas por el firmamento. –“Son estrellas, Carlota”- dijo Gabriela sentándose a su lado. –“¿Y están siempre ahí?”- indagó la niña emocionada por aquel descubrimiento.- “Sí, cariño, siempre… a menos que este nublado”- dijo Pedro y aclaró: -“En la ciudad son difíciles de ver porque los focos y los luminosos lo evitan” Carlota miró a sus padres y dijo sonriendo:- “Las estrellas brillan como la mirada de mi mamá”-

Aquella noche tras el descubrimiento que hizo Carlota, “papi Pedro” volvió a leer uno de aquellos cuentos tan emocionante y entretenido como siempre y “mami Gabi” arropó a la niña con aquellos besos con olor a crema, pero justo antes de apagar las luces ambos descorrieron lar cortinas y dejaron que aquella luz tenue y cálida que emitían las estrellas llenara la habitación. Y así la pequeña Carlota pudo dormirse sin miedos, ni melancolías, abrigada por aquel brillo familiar que la hacía soñar con aventuras intrépidas, besos con olores familiares y miradas tan hermosas como las estrellas.

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