martes, 18 de agosto de 2009

El "paraguas" de mi jirafa.

En ciertas ocasiones las cosas no son como uno quiere que sean, se tuercen y una no sabe bien hacia dónde tiene avanzar y eso, queridos míos, es una información que no viene en ningún manual de princesas por muy novata que seas en el cargo.

Para salir de ese embrollo muchas veces necesitas ayuda, porque en tiempo de chaparrones y golpes varios mi escudo de papel no sirve para nada por muy princesil que este sea.

Es entonces cuando mi jirafita aparece aun venido de la nada, recorriéndose más de cincuenta kilómetros en tiempo record a altas horas de la noche en un día cualquiera, con tal de abrazarme y brindarme su “paraguas” contra esa llovizna pesada y angustiosa a la que le dio por aparecer y enturbiar mi felicidad.

La jirafa tiene un don especial para tranquilizarme, una paciencia que abarca incluso más de lo que vista alcanza y una sabiduría que aporta la vida y que no se encuentra en los libros.

A diferencia de esta princesa, mi cuadrúpedo gigante favorito si sabe por dónde atajar para desviarse de la tormenta y alcanzar un claro. Me coge de la mano y con dulce dedicación me saca de allí…

Es curioso imaginarse a esta princesa en apuros esperando a su caballero, y que dicho caballero sea la expresión humana de una jirafa sonrosada, muy dispuesto a rescatarme con su “paraguas” por lanza. Pero ciertamente así es, porque en este cuento mío los dragones son chaparrones emocionales y mi príncipe querido es una jirafita con alma de genio y corazón de músico.

Y cómo en todos los cuentos aquí también hubo un final feliz, con esta princesa abrazada a su jirafa escuchando como la tormenta se disipaba por obra y gracia de su bendito “paraguas”.

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