viernes, 13 de noviembre de 2009

Mi espumosa y tierna jirafa

De vez en cuando las princesas nos encontramos frente a peligros que nada tienen que ver con los dragones, ni las brujas malas y hay momentos como esos en los que nos tenemos que valer por si solas, y acostumbradas a como estamos a que nos eche una mano la hada madrina o nuestro príncipe nos cuesta bastante controlar nuestros realísimos nervios.

El otro día me sentí muy vulnerable y terriblemente asustada, a veces nos ocurren ciertas cosas que aun sin tener un mal final hacen que te des cuenta de que habitamos un mundo extraño y peligroso.

Por desgracia aquella tarde mi jirafita estaba ausente e incomunicado pues se había dejado el móvil en casa y no me quedó otra que apechugar con mis principescas lágrimas.

Cuando él llegó a casa encontró un rastro inequívoco de mi presencia, mis bailarinas rojas estaban esparcidas sobre el suelo, mi boina de lana encarnada yacía en el borde de la mesa y mi abrigo de paño carmesí estaba tirado extrañamente sobre el respaldo de una silla...Pero lo que más le asustó no fue ver mi caperucil rastro por la casa si no encontrarme metida en cama con la ropita aun puesta, abrazada a la jirafa de peluche y sepultada bajo una montañita formada por unos arrugados y húmedos pañuelos de papel.

Mi jirafa vino a mí, y me besó sobre las empapadas mejillas y la frente. Con su voz apagada por la impresión me pregunto que ocurría y escuchó, mientras me abrazaba, el triste relato enarcado por mis innumerables sollozos e insistentes hipos.

Él me consoló, me llenó la cara de tiernos besos y acarició con dulzura mis rubios cabellos. Aun con mi cuerpo temblando por el temor me llevó a inspeccionar el terreno y ya más tranquila me regresó a cama y me pidió que esperara.

En la oscuridad de la habitación le escuchaba ir y venir del baño al salón y viceversa. Minutos más tarde vino a buscarme me hizo desnudar con parsimoniosa ternura y cogiéndome de la mano me guió entre la oscuridad hasta la tenue luz que iluminaba el baño del que salía una almibarada mezcla de olores y un ligero zumbido que a veces se escuchaba entre los acordes de una placida música.

El cuarto de baño parecía distinto a luz de las velas, el olor del incienso y del agua espumosa con aceites me acariciaba la nariz y me invitaba a sumergirme el las cálidas aguas que llenaban la bañera y empujaban la suave espuma a la superficie. De fondo la música y la voz de mi jirafa que me pedía amorosamente que me introdujese en aquel edredón espumoso y aromático.

Me introduje en aquella tina inmensa, sumergiendo mi cuerpecito tenso entre las burbujas que despedían un olor tropical. Él observo como me dejaba llevar por el calor del agua y viendo lo bien que me encontraba, cerró el grifo que apagó el canto alegre del agua que se dejaba escuchar cuando la música disminuía su intensidad.

En aquel momento una esponja jabonosa fue la espada con la que mi jirafita me rescató del dragón del temor. Las caricias y masajes lograron que desaparecieran mis miedos. La música y la tibieza del agua me transportaron al mundo de la relajación donde mi cuerpo y mi mente se dejaban llevar por las dulces acciones que realizaba mi cuadrúpedo gigante favorito.

Allí en medio de mi ensoñación hecha realidad, mi jirafa, me sostuvo el alma y el ánimo a partes iguales haciéndolas reflotar como aquella espuma perfumada que impregnaba de aromas mi suave y húmeda piel.

Viéndome tan frágil y tan relajada, mi jirafita decidió introducirse conmigo en la humeante bañera, donde reclinada contra su pecho acompasaba mi respiración a la suya, mientras sus dedos masajeban mis sienes y su dulce voz se fundía con la música para mantener aun más vivo aquel tierno hechizo al que me había sometido.

Ni que decir que su plan obtuvo el éxito esperado pues así fue como los pesares y mis miedos se fueron tras el desagüe y en esta princesita sólo quedo la dicha y la sensación de paz a modo de exóticos aromas que se fundían con nuestro propio olor, aquel que se forma cuando estamos juntos y que yo llamo el perfume del amor.

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