jueves, 19 de noviembre de 2009

Prueba de amor

Hay amores difíciles, amores que aunque extraños merecen ser continuados y amores que son crueles y egoístas. Esta es una historia habla de esos amores complicados y egocéntricos,centrados en la satisfación de una sola persona, que explican que cuando amas a alguien y este/a no te corresponde de igual manera, si este te hace sufrir o padecer pese a los sacrificios que haces por ella/él, cuando no te sientas valorado, ni respaldado, debes retirarte porque esa persona sencillamente no te merece.

Hace muchos años cuando el esplendor de la India aun no había sido explotado por los occidentales. Hubo un rey de suma excentricidad y extremadamente presuntuoso que se decidió a buscar esposa. La candidata a ocupar el trono además de ser bella debía ofrecer al rey algo más que su encanto y sorprenderle con méritos.

Una vez corrió la noticia por el reino fueron muchas las candidatas que se presentaron ante su majestad, muchas de ellas eran princesas procedentes de reinos próximos, así como mujeres ricas, viudas de gran casta y doncellas plebeyas que animadas por la oferta se decían a probar suerte.

Unas ofrecían sus posesiones y riquezas, otras su talento innato para cantar, tocar instrumentos o escribir poemas, pero ninguna de las propuestas parecía satisfacer al caprichoso rey.

Tras muchas entrevistas con mujeres de todo tipo y condición apareció por la real residencia una mendiga que tras solventar varios impedimentos logró obtener una audiencia con el soberano.

El rey observó que pese su aspecto humilde la muchacha era hermosa y pese a sus ademanes pueblerinos tenía unos modales extrañamente refinados, aunque todos aquellos detalles no pasaron desapercibidos bajo la inquisidora mirada del monarca este seguía manteniéndose reacio a darle la oportunidad y sin más le preguntó: - ¿Y decidme, qué puede darme una mujer pobre y sin educación cómo vos?

La joven que hasta ahora había mantenido la cabeza gacha debido a sus pobres orígenes, alzó su mirada y la fijó en la del soberano: - Señor, bien sabéis que no tengo nada material que pueda ofreceros y que debido a mi humildad carezco de las destrezas que poseería cualquier mujer culta. Yo solo podré daros ,el gran amor que siento por vos-

El rey al escucharla detenidamente se sintió embargado por la curiosidad y no dudó en preguntar: -¿Y cómo demostrarías ese amor por mi?

La muchacha sin vacilar replicó: -Pasaré 100 días en vuestro balcón, sin comida alguna. Exponiéndome a la lluvia, al inclemente sol y al frío de las noches. Si soporto esa penitencia tendréis que hacerme vuestra esposa. -

El monarca sorprendido más que conmovido exclamó alegre: -¡Acepto vuestra propuesta, mujer!. Si sois capaz de resistir los 100 días seréis digna de convertiros en mi esposa y reina.-

Y una vez cerrado el trato. La mujer fue encerrada en el balcón real.

Los días pasaron y la joven soportó estoicamente las tormentas y lluvias torrenciales que por aquellos días azotaban el reino. A medida que corría el tiempo la muchacha se sentía desfallecer, aprovechaba las lluvias para saciar su sed pero el hambre la acuciaba, en las frías noches se agazapaba bajo sus pobres harapos tratando de conseguir calor, en las horas del medio día buscaba refugio en las escuetas sombras de la balaustrada y debido a su debilidad pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo tratando de no gastar sus pobres fuerzas. Cuando notaba que su ánimo enflaquecía se alentaba imaginando pasar el resto de sus días junto a su gran amor.

De vez en cuando el soberano asomaba su rostro, curioseando entre los cortinajes del ventanal y sonreía para si sin mostrar la más absoluta compasión, sólo complacido ante la dura muestra de amor inquebrantable que le estaba siendo mostrada.

Los únicos ánimos que le llegaban a la mendiga provenían de la gente del pueblo que se congregaba a verla en su encierro en el balcón. Con el paso de las semanas los súbitos se alegraban pensando que tras tanta búsqueda el rey por contraería nupcias, pues nadie dudaba que aquella pobre doncella era digna del trono y del amor real.

El monarca seguía entusiasmado con el duro sacrificio que se había impuesto la muchacha y aplaudía cada vez que el veía salir el sol por el balcón sobre el maltrecho cuerpo de la joven diciéndose para si que aquella mujer era la más increíble de todas las candidatas posibles.

Tras días de sufrimiento llegó el día 99 de aquel cautiverio voluntario, la multitud se congregaba feliz frente al balcón real, la algarabía ya estaba formada en los jardines de palacio y se esperaba una gran fiesta a media noche de aquel día para celebrar el compromiso entre el soberano y la mendiga.

La muchacha estaba muy desmejorada, su piel curtida por el sol se pegaba al hueso de forma absolutamente insana por la pérdida de peso, las inmensas ojeras marcaban su ya afilado rostro y su ánimo se encontraba perdido.

Antes de desaparecer el sol, la mendiga decidió rendirse para sorpresa y decepción del público allí congregado y para disgusto del rey que en un principio se quedó completamente atónito por la decisión de la mujer que sin mediar palabra abandonó el palacio con la premura que le fue posible.

La sorpresa entre los congregados era importante pues nadie sabía sabía a que razones atendía la mendiga para desechar la oportunidad de convertirse en reina a tan sólo escasas horas de cumplirse el plazo.

El monarca contrariado echó a la gente de los jardines y estuvo varios días cavilando. Aquella mujer tan asombrosa tenía que convertirse en su reina, el pueblo estaba disgustado y la posible boda que le complacía aplacaría las iras de sus súbditos.

Decidido a convertir a la mendiga en su reina, el soberano partió en su búsqueda y cuando la encontró la pidió que fuera su esposa pese haber incumplido el trato.

La muchacha fue tajante:- Majestad, estuve 99 días encerrada en vuestro balcón, soportando penurias y calamidades y aun siendo testigo de mi sufrimiento fuisteis incapaz de liberarme de aquel sacrificio. Me visteis llorar y padecer y nunca mostrasteis piedad, ni compasión. Durante días espere un atisbo de bondad que nunca llegó. Sólo os complacía ver el sufrimiento que padecía por complaceros y entonces comprendí que un ser tan egoísta y desconsiderado que solo piensa en si mismo no merece mi amor-

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