viernes, 6 de noviembre de 2009

Monerias para una mona

Flores para una flor, así me dijo él y sorprendida me quedé yo viendo aquel ramo que con su inestimable dulzura me regaló.

Era un día más, como tantos otros que quedamos, él vino a recogerme, como siempre que cojo el tren para verle, a la estación. Hacía frío, ya se empezaba a notar que el otoño se encrudecía y los últimos rayos de sol se apagaban al marcar el reloj poco más de las seis de la tarde.

Mi jirafa se retrasaba, no mucho tan sólo unos minutos, los suficientes para echarle aun más de menos. Yo le esperaba mirando a la entrada del parking de la estación, ansiosa por uno de sus besos, por oír mi nombre prendido en su voz y ver su tierna mirada a través de los cristales de sus gafas... Por fin su coche apareció, le vi pasar de largo suponiendo que daría la consiguiente vuelta para salir del aparcamiento y encabezarse a la carretera. Algo en mí me dijo que no me moviera, que estudiase de lejos sus movimientos, pero sobretodo que siguiera allí sin cambiar de lado de la acera aunque supusiese que me encontrase frente al asiento del conductor.

De lejos le observé realizar una extraña maniobra, él buscaba algo en el asiento del copiloto y a medida que el coche se aproximaba hacía donde me encontraba le vi sacar un aparatoso enramado, que al sacarlo hacia la fría intemperie por su ventanilla resultó ser un precioso ramo de lirios blancos que competían en belleza con la amplia sonrisa que él lucia en aquel momento.

Y allí estaba yo con aquel ramo gigantesco entre las manos en la entrada de la estación, mirando perpleja, cada pétalo y cada tallo, tratando de poner en orden mi cabeza y ser capaz de decir algo coherente... No fui capaz de decir nada claro, aquel era un día como otro cualquiera, no me había olvidado de ningún tipo de aniversario, ni había logrado ninguna meta en aquellos días y sin embargo aquel hermoso ramo que resplandecía con la poca luz que quedaba y embriagaba el ambiente con su aroma, era una manera preciosa como tantas que él tiene de decirme que me quiere.

Aun sigo sorprendida por aquel bello detalle inesperado, por lo sencillo y locuaz de aquella acción que me confundió apagando todo pensamiento y me emocionó hasta enmudecerme. De todos es sabido que a las monas nos gustan las monerías pero él tiene un don para sorprenderme con estos gestos que se escapan a mi intuición.

Esta no fue la primera vez que me regaló flores, pero como cada vez él que hace algo de este estilo aunque el resultado suele ser el mismo: la sorpresa extrema y la felicidad máxima. Felicidad que sólo su amor me es capaz de brindar.

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