lunes, 25 de enero de 2010

El aviso

Lo escuché llegar sin que él se diera cuenta, su gélido paso, el aroma a humedad que traía el frío viento y esas señas inequívocas en las nubes le delataron.

Y a pesar de que su señal sigue siendo la misma que la de años atrás hay quien todavía desoye las marcas que deja, no sólo por dónde pasa sino por donde pasará pues raro es el lugar que en estos días no visita y dónde deja pertinaz las huellas de su estancia, también hay quien ni siquiera sabe que se adentra en él y se mete en el cuerpo cuál parásito advenedizo que juega con los achaques, debilita las defensas, adormece los sentidos y se alía con los virus, y a quienes piensan que una vez algo ha pasado no volverá a pasar. ¡¡Pobres ingenuos!! Sólo aquellos que aun saben leer los mensajes del viento saben a ciencia cierta lo que se avecina.

Con él toda previsión es poca y aun en estos días en los que la tecnología lo gobierna todo su campo y su reino siguen siendo un bastión inexpugnable. Cómo un niño caprichoso acaba volviendo locos a unos y sorprendiendo al resto. Jugando deliberadamente al despiste con quienes viven y se desviven por seguirle el paso cual estrella rutilante del papel cuché. Y creyendo confiados en seguir su rasto acaban perdidos y confundidos pues su especialidad es superarse, lograr el más difícil cuando todos le creen ausente.

Pero a mi no me engañas, no soy ni tan estúpida, ni tan ingenua. Puede que varíes tu campo de acción o que introduzcas sorprendentes novedades. Pero como la sabia gente que vive el campo se ver tu presencia aun en días de aparente calma y aunque unos lo olviden en la estación en la que estamos yo se que tú, invierno, de estos meses eres señor y amo.

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