martes, 26 de enero de 2010

Una mañana de Enero

Una mañana como esta de hace justo un año me levanté con la sonrisa puesta pese a haber dormido tan poco como hoy.

Aun tenía atrapado en el paladar aquel zumo de naranja exprimido a conciencia que sorbía despacito, y de cuando en cuando, por aquella pajita verde como queriendo alargar el momento y retenerte allí conmigo en aquella mesa para dos donde se sentaron dos desconocidos y se levantaron dos cómplices.

Aquella mañana en mis oídos resonaba tu voz, la misma voz que horas antes me había hecho olvidarme del reloj y del transcurso del tiempo. Mientras en mi cabeza se cruzaban imágenes recientes y pensamientos destartalados, y se avivaba esa curiosidad descarada que habías despertado con cada frase tuya y que me dejaron hechizada, como tantas otras veces después, hasta altas horas de la madrugada.

Esa mañana de Enero descubrí que inevitablemente en mi corazón había comenzado el deshielo. Me di cuenta de que la sombra triste que me seguía se perdió poco antes de sentarme contigo en aquel lugar repleto de gente pero dónde curiosamente sólo estábamos tú y yo. Me has hecho sentir esto tantas veces que juraría que no me equivoqué cuando esa noche mi corazón me susurró que si te seguía la mejor época de mi vida empezaría.

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