lunes, 4 de mayo de 2009

Confesiones de una jirafa a una princesa novata y viceversa

A veces las princesas tenemos que oír cada cosa que nos deja nuestras reales cabelleras de punta por pura indignación. Mi jirafa, la jirafa más buena que existe en este mundo, le dio por pensar que parece que es malo…

¿A quién le podría pacer malo un rumiante tan encantador? Cierto es que existe gente para todo, pero esta princesa novata piensa que semejante ocurrencia sólo podría salir de una auténtica mala persona. Una persona con intención de hacer daño, claro, porque esas palabras no salen a la ligera, sobre todo si es para dar tan falso testimonio.

Mi jirafa pensando se puso un poco triste, de esas veces que no puede evitar ponerse melancólico y sus ojos se pierden mirando en algún recóndito de la memoria, allí donde los malos recuerdos aguardan bajo una espesa capa de polvo para picarte con su afilado aguijón y recuperar de una manera tan infame su perdido protagonismo.

Y yo, que seré todo lo princesa que queráis pero de melancolías y de penas sé tanto que podría decir que tengo un máster, no podía permitir que mi jirafa se entristeciera de un modo tan injusto. Fue entonces cuando pulsé ese botoncito de emergencia que todos tenemos en nuestro interior, ese mismo que acciona la sirena de emergencia que hace agite levemente mi cabeza para despertar a mis aletargadas neuronas, y tratar de vencer en la carrera de pensamientos en la que ahora nos debatíamos mi jirafita y yo.

Pensé en todas aquellas cosas que diferencian claramente a mi jirafa de la gente mala, y poco a poco en mi cabeza surgió un listado de lo más extenso, plagado de esas hermosas acciones que hacen de él ya no alguien bueno, si no sumamente especial, dotado de una sensibilidad que pocas personas tienen.
Primeramente alguien malo jamás hubiese recogido a esta princesita novata, desvencijada cual muñeca rota y mucho menos podría haber logrado que su corazoncito de trapo latiera nuevamente tal y como mi jirafa hizo. Alguien malo es incapaz de volver de color los días grises como mi jirafa hace. La gente mala desconoce el lenguaje que se oculta tras los gestos y las miradas, por lo que nunca saben si la persona que está a su lado es feliz o no, aunque todos sabemos que a los malvados solo les importan ellos mismos y nadie más. Pero ay!! como yo dé un suspirito de más ó mi mirada se nuble un poco, porque ahí está mi jirafa preguntándome que sucede o colmándome de mimos y atenciones. A decir verdad ni los malos, ni muchísima gente que se considera buena confecciona corazones con sal, arroz, o cualquier objeto que pille cómo mi jirafa hace para mí y por supuesto sólo mi jirafa ha sido capaz de hacer llorar a esta princesa de pura alegría.

Son estas unas de las cientos de cosas que hacen de mi jirafa alguien más bueno que un tierno mendrugo de pan blanco, sino que también lo elevan a un puesto que pocas personas han obtenido en el podio de mi corazón.


Parece ser que mis palabras no cayeron en saco roto y que mi jirafa escuchó atenta toda aquella serie de enumerados motivos que le fui narrando y dictando desde lo más profundo de mi ser. Y no sólo pasó que él dejó de estar triste, sus pensamientos cambiaron de dirección y fueron sustituidos por la felicidad que le dio escuchar mis verdades y mis razones, si no que me dio las gracias y me confesó cuan afortunado se sentía por tenerme. Y a esta princesa le subió el rubor a las mejillas, no sólo por aquella confesión si no porque estaba segura de que él sabe que así de afortunada me siento yo también.

Sin duda mi jirafa no es sólo dulce y de buen temple si no que es alguien cuya singularidad le hace único y quizás sea esa una de las particularidades que cambió el curso de mi cuento y me alejó para siempre de la cenagosa charca de las ranas para encaminarme hacia la hermosa pradera donde camino libre y feliz junto a mi buena jirafa.

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