miércoles, 16 de diciembre de 2009

Trámite Cumpleañero

¿Vosotros no sentís cierto terror cuando os ponen la tarta llena de velas delante? Pues esta princesa no puede evitar sentir verdadero pánico cuando escucha las primeras entonaciones del cumpleaños feliz.

Se me forma un nudo en el estomago fácilmente identificable como el que se produce cuando subo a una montaña rusa y mi cuerpo esta a merced de los vertiginosos descensos. Todo mi ser, desde la cabeza a los pies, se calientan como un microondas en potencia máxima y percibo como cada musculo se va tensando a medida que la cancioncilla avanza.

Y es que ver las velitas con sus llamas incandescentes que bailotean como si siguieran el compás de la cantata me pone frenética. Pues desde que era una infanta siempre he sentido como me convertía en un semáforo en rojo al subirme el rubor en las mejillas con cada tarta plagada de candelas que se ha postrado sobre mi.

Es el único tramite de los cumpleaños con el que siento verdadero agobio, la atención en ese momento es máxima, las caras de los invitados, los flashes de las cámaras y sus objetivos, todos y cada uno pendientes de mis gestos y movimientos.
Y creedme cuando digo que es realmente difícil soplar las velas cuando tienes la cara agarrotada con un gesto que pretendes que sea sereno y resulta de lo más cómico.

Lo curioso es que este momento suele alargarse en exceso, es como si la canción no fuera a terminar nunca y tu solo puedes mirar a la tarta que deseas apagar con un buen remojón en refresco y huir de allí. Cualquier mirada mas allá de las capas y capas de chocolate sólo puede traer peores consecuencias al ver a todo el mundo con sus ojos puestos sobre ti. Gente que te quiere pero que en ese momento no sabes si está contento de verte así de asustada.

Para desdicha mía, en más de una ocasión he tenido que repetir el momento para regocijo de los presentes que querían inmortalizar el momento pues no les valía esperar al año próximo tenía que ser en ese mismo. Y así, dos, tres, cuatro y las veces que hiciera falta, fotos con primas, primos, tíos, padres, abuela, amigos y hasta mascotas, todo es poco para hacerme pasar el bochornoso tramite de salir inmortalizada con los labios fruncidos y los mofletes inflados decenas de veces.

Lo curioso de este momento “amargo” es su dulce final, pues tras soplar las velitas hasta casi llegar la cera a la tapa del pastel llega el momento de cortar la tarta y regocijarse un año más con la azucarada delicia de sumar una tarta más al cuerpo.

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