jueves, 3 de diciembre de 2009

Una ilusión antes de Navidad


El encendido de las luces navideñas que dotan de brillo el gris monocromático de la ciudad y cubren de luz el triste hollín que la envuelve, parece que desencadena más de un acontecimiento. Esas lucecitas que se prenden al caer el sol en temprana hora, cuyo brillo se refleja en ventanas, escaparates y en los pocos charcos que el otoño deja en el interior no son son solo luces: son recuerdos, vivencias e ilusiones.

Dicen que por cada una de esas luces un mal recuerdo se asoma en la mente de los adultos y esta Princesa Novata por cada brillo de esas bombillas observa un nuevo renacer de una ilusión dormida que a pesar del paso del tiempo nunca se fue con él y que al llegar el frío mes de Diciembre sale de su ensoñación para pasearse admirando el destello de las luces.

Cuentan que las Navidades ensombrecen el alma de aquellos que han perdido al niño que guardaban en su interior ahogado bajo una capa de inculcada y cruel madurez. Esa gente que tuerce el gesto cuando ve un árbol adornado o cuando reconoce la melodía de esos viejos villancicos que un día cantó él, esas personas incapaces de recordar lo felices que fueron al despertarse una mañana y ver sobre sus zapatos una cesta llena de caramelos o al degustar la cena que su madre años atrás se había esmerado en preparar.

Nadie se molesta en recordar el sabor dulce de un trocito de turrón robado de la mesa antes de que llegaran los invitados, sólo recuerdan el paso del tiempo, las pérdidas que este echo conlleva y poco a poco van perdiendo ilusiones que dotan a la vida de un color especial.

Esta princesa no entiende la Navidad sin luz y sin canciones, sin gentes yendo y viniendo, sin lloros ni risas. Pero si entiende que para ser feliz en estas fechas no hace falta un regalo costoso, ni una mesa llena de exquisitos ágapes ni el árbol más grande.

Viví en un barrio donde las luces comerciales no llegaban, pues al ser este una zona residencial no había comerciantes que las pagasen. Pero siempre había vecinos que colocaban luces en sus terrazas y adornos caseros sobre sus puertas, nunca vi desde mi ventana el ir y venir de las cabalgatas pero siempre vienen chiquillos a cantar villancicos y a desear felices fiestas a cambio de la voluntad o de un cachito de mazapán sobrante.

La Navidad no es ninguna imposición, si uno no quiere vivirlas no tiene porque hacerlo pero tampoco podrá impedir que otros las disfrutemos. Estas fechas siempre serán un abrazo que envuelve para aquellos que están dispuestos a recibirlo y un mazazo o una agresión para aquellos otros que se cierren en banda. Hay muchas navidades pero sólo tú eres quien elige la que quieres vivir.

Por eso siempre espero que cuando esta tarde las luces de las calles se vuelvan a encender, mires en tu corazón y recuerdes al niño de ayer. El niño que miraba extasiado las luces, el que se escapaba de la mesa en la cena de nochebuena, el que cantaba villancicos con escasa entonación, el que esperaba ansioso las mañanas del 25 de diciembre y del 6 de Enero, el que robaba de la cocina algún polvorón y aquel que disfrutaba siempre de tan viva ilusión.

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