Siempre he dicho que las ciudades son plomizas y grises, que el ritmo de estas gigantescas colmenas amargan y vician el ambiente y marcan con riguroso intrusismo el rostro de quienes las habitan.
En pocas ocasiones puede verse el lado amable de estas extensas moles de hierro y hormigón, y suele pasar que en esas raras veces en la que e brinda la ocasión es cuando sus habitantes reniegan de la belleza de lo inusual y añoran estúpidamente su aburrida y tediosa cotidianidad. Incapaces de deleitarse en lo hermoso del paisaje y la singularidad que se les ha regalado por unas horas.
Cuando el frío manto blanco de la nieve se posa sobre uno de estos hormigueros lo dota de una belleza helada que como en los cuentos tiene preservado una caducidad impresa para tan bello hechizo. El blanco parece decirte, que es un lienzo donde puedes dibujar. Es como una pagina nueva a la que poder escapar, crear e imaginar.Las ciudades tocadas por el hada del hielo pierden su paleta grisácea para adentrarse en unos tonos limpios que van del azul al blanco. Cada esquina y cada rincón, aunque este sea el más común, deja de pasar inadvertido para convertirse en un componente especial en el paisaje.
Los bancos se vuelven tronos de hielo engañando al ingenuo con su mullido aspecto, la hierba un es un mar de cristalizaciones heladas que centellean al escaparse un rayo de sol de entre las espesas nubes. Los estanques y hasta los charcos rezuman jovialidad al convertirse en espejos corpóreos y hasta la fachada más horrible se vuelve un palacio si unos carámbanos brotan de sus tejados y desagües.
Cuando por el cielo encapotado de un blanco glacial suben las cortinas humeantes que se escapan de la chimeneas dibujan en el firmamento un baile que en días normales no sería tan relevante. Y es que la nieve, no es solo agua helada, es una vuelta a la infancia, es el deseo que conceden las criaturas mágicas del invierno para que tú “hormiguita” dejes volar tu imaginación, detengas tus tareas un momento y disfrutes de tan magnifica visión.
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