lunes, 1 de junio de 2009

El ocaso de un sueño

Un sueño. Dime, ¿Cuánto vale un sueño?¿Y el sueño de una vida?...

Él se despertó en medio de un sueño, envuelto en un fuego que no quemaba, un fuego que mantenía al sueño vivo. Abrió la mano, dando forma a una caja que tenía su nombre grabado en ella. Pensó, que conservaría dentro todo lo que amase y fuera importante, llevándola consigo siempre.

Caminó por su sueño, en un mundo en plena primavera. Mucho aprendió en aquel mundo. Allí, vio el nacimiento de las flores más hermosas y aromáticas que jamás volvería a ver, con lo que decidió guardar una de ellas en su cajita.

Continuó su camino, feliz de aprender de todo aquello que le rodeaba. Una mañana el sol se volvió más cálido, entonces él supo que su mundo se había adentrado en el verano, y en una de aquellas tardes uno de los rayos cobrizos del sol dibujó sobre el cielo una estela ambarina, deslumbrado decidió guardarlo en la caja. Rápido pasó el tiempo, dando comienzo al otoño. Admiró los funerales de hojas, que iban y venían con el viento y consiguió alcanzar una; las veía tan frágiles que quiso cobijar una en su caja. Largas tardes pasaba viendo anochecer, con el pensamiento en ninguna parte. Pero pronto empezó a oscurecer el día, y enfriar las noches, con lo que supo que el invierno estaba cerca.

Le gustaba ver lo que iba guardando en su cajita, aunque cada vez había menos luz, así que tomo la decisión de meter en la caja un retazo de su fuego, porque ningún fuego podría alumbrar como ése que amaba, pues era el fuego de su vida.

Fue un duro invierno, muy frío y solitario para él. No tenía a nadie y cada vez se sentía más solo. Cuanto más triste estaba, menos fuerza tenía el fuego que le envolvía. Quería tener a alguien, pero estaba solo entre bosques y animales. Y su fuego, aquel que tanto apreciaba, se fue apagando, sin poder evitarlo, porque por mucho que buscaba no encontraba con quien compartir su vida.

Llegó el fin del invierno, y revisó lo que guardaba en la caja. Se sorprendió no sin cierta alegría, de que la bola de fuego que guardó, seguía teniendo la misma intensidad, la misma luz que la primera vez. Vio entonces brillar el reflejo de una gota de rocío, señal del comienzo de la primavera. Quiso también tenerla con las demás cosas en su caja, pero se le deslizó entre dedos, y le fue imposible cogerla. Pensó entonces que tal gota era el mismo reflejo de lo que él ansiaba y no podía tener.
Dejándose llevar, se imaginó una joven pasando por su lado, bailando y riendo. Se la imaginó bella, tan bella como la flor que guardaba él, con unos ojos brillantes cómo aquella estela dejada por el sol, y de una fragilidad tan tierna, idéntica a aquella hoja que guardó del otoño y con la frescura de la gota de rocío que se le escapaba.

La observo largo rato. Rió con ella, y se acerco a su baile. Y sin saber si era un juego de su imaginación, viéndola tan real, intento acariciar su rostro. Inmensa fue su sorpresa, cuando sintió sus dedos deslizarse sobre su suave piel, entonces sus lágrimas corrieron incontenibles ante la dulce sonrisa que le brindó ella. Una sonrisa tan tierna y con tanto amor que hacía estremecer a su aletargado corazón.

Ella levantó su delicada y blanca mano, uniéndola a la de él. Se acercó despacio, y lo abrazó con ternura. A él no le importo si era real o no, se sentía tan feliz entre sus brazos que el resto del mundo dejo de existir por unos instantes.

Cuando se hubieron separado, buscó él su cajita, a propósito de regalarle su flor, pero la encontró vacía, y sintió que el mundo se venía abajo, apagándose su fuego por completo. Ella lo miró con sus claros ojos, con un mirada entre desconcertada y triste. Cogió la mano de él y la puso en su corazón, y él comprendió que en ella estaban todas las cosas que él había amado y guardado.

Abrió la mano y vio su bola de fuego, el último rastro de su sueño. Y tanto amor procesaba por la joven, que volvió a posar la mano en su corazón, con el fuego dentro. Le dio vida a lo que amaba dentro de ella, con la suya propia.

Lloró, esta vez, sabiendo que llegaba su fin. Rozó sus labios con los de ella, y la besó. Un beso sin prisa, del cual a través, conoció un mundo diferente al que había vivido. Y así, habiendo venido con fuego, se fue envuelto en amor, un amor que le quemaba, que tan poco había vivido, pero que nunca moriría.

Y como todo, el sueño llego a su término, y tuvo que despertar, dejándolo atrás, hasta volver a soñar.

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